jueves, 26 de junio de 2014

LLENAME SEÑOR

domingo, 6 de enero de 2013

... SUPLIRÁ TODO LO QUE NOS FALTE CONFORME A SUS RIQUEZAS EN GLORIA


El presente pasaje de Filipenses podría ser traducido así: "Mi Dios llenará hasta el borde toda tu carencia." La ilustración que explicará mejor el significado es la de una mujer cuyos hijos iban a ser vendidos por su acreedor para que pagara las deudas de su difunto marido. Ella no tenía nada que pudiera llamar propio excepto unas vasijas vacías para aceite, y el profeta le ordenó que las colocara en orden, y que trajera el poco aceite que quedaba en el recipiente. Ella así lo hizo, y él le dijo luego: “Vé y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas.” Ella acudió a un vecino y a otro hasta que hubo llenado su aposento por completo de estas vasijas vacías, y luego el profeta le dijo: “Echa en todas las vasijas.” Ella comenzó a echar de su casi vacía vasija de aceite en todos los demás recipientes, y, para sorpresa suya, llenó hasta los recipientes más grandes. Entonces fue a otra vasija, y la llenó, y luego a otra y a otra. Así estuvo llenando todas las vasijas de aceite, hasta que por fin le dijo al profeta: “No hay más vasijas.” Entonces cesó el aceite, pero no fue sino hasta entonces.
Lo mismo sucederá con lo que les haga falta. Ustedes estaban atemorizados por tener muchas carencias justo ahora, ¿no es cierto? Pero ahora tengan la bondad de pensar que las tienen, pues sólo se trata de varias vasijas vacías que han de ser llenadas. Si la mujer sólo hubiese pedido prestadas unas cuantas vasijas, no habría podido recibir mucho aceite; pero entre más vasijas vacías tenía, más aceite obtenía. Entonces, entre más carencias y más necesidades tengan, si las llevan ante Dios, será mucho mejor, porque Él las llenará hasta el borde, y pueden estar agradecidos de que haya tanto espacio que llenar. Cuando no tengas más carencias, (pero, oh, ¿cuándo será eso?) entonces el suministro cesará, pero no hasta entonces.
¡Cuán gloriosamente da Dios a Su pueblo! Antes necesitábamos perdón: Él nos lavó, y nos hizo más blancos que la nieve. Necesitábamos ropas, pues estábamos desnudos. ¿Qué hizo Él? ¿Nos dio algún tosco vestido de algún tipo u otro? ¡Oh, no!, sino que dijo: “Sacad el mejor vestido, y vestidle.” Fue algo afortunado que el hijo pródigo tuviera sus vestidos hechos harapos, pues entonces necesitó ropa, y fue sacado el mejor vestido para él. Es algo grandioso estar consciente de las necesidades espirituales, pues todas serán remediadas. Una necesidad consciente a los ojos de Dios, ¿qué cosa es sino una solicitud prevaleciente para una nueva misericordia? Algunas veces le hemos pedido que nos consuele, pues estábamos muy abatidos; pero cuando el Señor nos ha consolado, nos ha llenado de tal manera de deleite que hemos estado inclinados a clamar con el antiguo teólogo escocés: “¡Espera, Señor, espera! Es suficiente. No puedo soportar más dicha. Recuerda que soy sólo un vaso de barro.” Nosotros, al aliviar a los pobres, generalmente no damos más de lo que podamos evitar, pero nuestro Dios no se detiene para contar Sus favores, sino que da como rey. Derrama agua sobre el que está sediento, y corrientes de aguas sobre la tierra seca. C.Spurgeon

viernes, 7 de diciembre de 2012

COMO SER LLENO DEL ESPÍRITU SANTO


Casi todos los cristianos quieren permanecer llenos del Espíritu Santo. Pero, pocos quieren ser llenados con el Espíritu. ¿Pero, como un cristiano puede conocer la plenitud del Espíritu, si aún no pasó por la experiencia de ser llenado con Él?
Es inútil decir o contar a alguien como llenarse del Espíritu, si ese alguien aún no admitió que eso se puede dar. Nadie espera una cosa o hecho de que no está convencido ser la voluntad de Dios para su vida, o que no se encuadre en las promesas, hechas por las Escrituras. Antes, pues, de haber cualquier valor a esta pregunta ¿Como puedo quedar lleno del Espíritu? aquel que busca a Dios debe estar correcto de que es realmente posible experimentarse el quedarse lleno del Espíritu. La persona que no tiene certeza de eso no tiene base alguna para esperar que tal se dé. Donde no hay esperanza, o expectación, o espera, no hay fe ninguna: y, donde no hay fe, la investigación o búsqueda es cosa inútil, sin significado.

La doctrina del Espíritu, y de su relación con el creyente en esta última mitad del siglo se quedó envuelta o toldada por una nieve semejante aquella que encubre la montaña en tiempo tempestuoso.
En la verdad un mundo de confusión cercó y ocultó esta verdad a los hijos de Dios se enseñaron doctrinas contrarias extraídas de los mismos textos; fueron ellos avisados amenazados e intimidados hasta al punto de que instintivamente se hurtaran de hacer la menor referencia a la enseñanza bíblica sobre el Espíritu Santo. Y tal confusión no se dio por accidente, no. El enemigo es quien hizo eso.
Satanás sabe muy bien que el cristianismo sin  Espíritu Santo es cosa tan mortífera como el modernismo, como la herejía. Y todo él ha hecho y viene haciendo para impedir que entremos en la posesión y gozo de nuestra verdadera herencia cristiana.

Cualquier iglesia sin el Espíritu está desamparada y sin ayuda, como Israel se hallaría en el desierto, si de ellos se alejara la nube de fuego. Espíritu Santo es nuestra nube durante el día, y nuestro fuego durante la noche. Sin Él marcharemos por el desierto sin blanco, sin meta. Y eso es exactamente lo que estamos haciendo en nuestros días. Nos dividimos en grupos desparramados, cada cual caminando atrás de un débil fuego o de una luciérnaga, pensando estar siguiendo el Shekina (el arca de la presencia divina). Así, no se debe desear sólo que de nuevo se haga visible la columna de fuego. Eso es ahora cosa imperativa.
La Iglesia sólo tendrá luz cuando esté llena del Espíritu, y estará llena solamente cuando los miembros que la componen sean  llenados individualmente. Necesario es aún decir que nadie se llenará mientras no se convence de que llenarse forma parte del plan total de Dios para la redención; de que nada ahí es añadido, o extra, nada es extraño, o excéntrico, pues que se trata de una apropiada operación espiritual, hecha por Dios, basada en la obra expiatoria de Cristo, y de ella decurrente. El ansioso inquiridor debe estar bien seguro de eso, a punto de estar engreído de esa verdad. Necesita creer que todo eso es cosa normal y cierta. Necesita creer también que Dios quiere que él sea ungido con una porción de óleo fresco, en adición a todas las diez mil bendiciones que ya haya recibido de las dadivosas manos divinas.
Hasta llegar a convencerse bien de eso, recomiendo que separe tiempo para ayunar y orar y meditar en las Escrituras Sagradas. La fe viene de  la Palabra de Dios. No basta la sugerencia, la 14 exhortación o el efecto psicológico del testimonio de otros que ya hayan sido llenados. Si la persona quedarse persuadida por las Escrituras, no forzará de ahí el asunto ni se dejará arrastrar por la emoción con que los manipuladores suelen representarlo. Dios es maravillosamente paciente y comprendedor, y esperará el movimiento vago del corazón por atrapar toda la verdad. En ese inter, el inquiridor debe estar tranquilo y confiado. En el tiempo correcto de Dios lo conducirá en la travesía del Jordán. Basta que no afloje en la carrera, ni se angustie, por querer avanzar muy deprisa. Muchos han actuado erradamente, y con eso han arruinado la vida cristiana.
Después del individuo se convence de que puede ser llenado con El Espíritu, debe desear esa bendición. Al inquiridor interesado suelo hacer estas preguntas: ¿Usted está seguro de que quiere ser poseído por un Espíritu que, siendo puro, gentil y sabio y amoroso, insistirá con usted por ser el Señor de su vida? ¿Está seguro de querer que  su personalidad sea tomada por uno que exigirá obediencia a la Palabra escrita? ¿Está dispuesto a no tolerar en su vida ninguno de los pecados del ego: egocentrismo, indulgencia propia (la comodidad)? ¿Lo cual no le permitirá pavonearse ni exhibirse? ¿El cual tomará de sus manos su vida y reservará para Sí el soberano derecho de poner usted a prueba y disciplinarlo? ¿El cual lo privará de muchas de sus predilecciones que secretamente perjudican su alma? Si usted no pudiera responder a estas preguntas con un sincero y nítido Sí, es claro que usted no está queriendo ser llenado. Usted puede estar queriendo emoción o la victoria, o el poder, pero no estará queriendo realmente ser llenado con El Espíritu. Su deseo es tal vez poco más que una débil voluntad y no es suficientemente puro para agradar Dios, lo cual exige todo o nada. Y otra vez pregunto: ¿Usted está seguro de que precisa ser llenado con El Espíritu? Cristianos, decenas de miles,
tanto laicos como predicadores y misioneros, se esfuerzan por avanzar sin tener una clara experiencia de la plenitud del Espíritu. Así, tal obra o esfuerzo sin el Espíritu sólo puede acabar en tragedia el día de Cristo. ¿Y que cosa puedo decir de los cristianos comunes o mediocres parecen estar olvidados.
Pero, a su respecto, lector amigo, que es lo que está aconteciendo? Tal vez su inclinación doctrinaria esté llevándolo usted a no admitir esta crisis de plenitud del Espíritu. Muy bien; verifique, entonces, lo que esa inclinación le está trayendo. ¿Que es lo que su vida está produciendo? Usted continúa a realizar la obra religiosa,  predicando, viendo, dirigiendo reuniones, pero, ¿cuál es la calidad de su trabajo? ¿Es verdad que usted recibió el Espíritu cuando se convirtió. Pero, es verdad que, sin una posterior unción, usted estará preparado para resistir a la tentación, obedecer a las Escrituras, comprender la verdad, vivir victoriosamente, morir en paz y salir al encuentro de Cristo sin constreñimiento el día de la venida de él?
Si, por otro lado, su alma suspira por Dios, por el Dios vivo, y su corazón seco y vacío se desespera, y ansía tener una vida cristiana normal sin una posterior unción, yo le pregunto: ¿Ese deseo suyo es enteramente absorbente? ¿Es él la cosa más importante de su vida? Impera él en todas las actividades religiosas comunes y tiene usted un vivo anhelo que sólo puede ser descrito como la
angustia del deseo? Si su corazón dice Sí a estas preguntas, usted puede hallarse en el camino correcto que lleva a una revelación que transformará todo su vivir.
Es justamente en esa preparación para recibir la unción del Espíritu que falla en la mayoría de los cristianos. Probablemente nadie jamás se quedó lleno sin tener primero pasado por un periodo de honda perturbación de alma y de inquietud interior. Y, cuando nos vemos entrar en ese estado, la tentación es de que nos sintamos atemorizados, en pánico, nos retraigamos. Satanás nos exhorta la no asustemos, pues si eso logra, naufragaremos en la fe y deshonraremos al Señor que nos compró.
Por eso, Satanás no se interesa por nuestra mejoría espiritual, y mucho menos por promover la causa de nuestro Señor. El propósito de él es debilitarnos y dejarnos desarmados el día de la batalla. Y millones de creyentes aceptan sus mentiras como se fuesen verdades evangélicas, y vuelven hacia sus cavernas, como los profetas de Obadias, para que pasen a vivir a pan y agua.
Antes de tener lugar la plenitud, debe procesarse el vacío. Antes de que Dios nos llene con Su Persona urge que nos vaciemos de nosotros mismos. Y es ese vacío que trae un penoso y hasta desesperación del ego, del que se quejan muchas personas, justamente antes de pasar por esa nueva y 15 radiante experiencia. Debe tener lugar, entonces, una total devaluación del ego, la muerte de todas las
cosas de fuera de nosotros y de dentro de nosotros, pues de lo contrario jamás se dará una real llenura del Espíritu Santo.

El ídolo para mí sin par, más querido.
Sea él quien sea, cualquiera que haya sido,
ayúdame a quebrarlo frente al trono Tuyo,
Y adorar sólo a Ti, Señor de la tierra y cielo.

Tranquilamente cantamos algunas estrofas, pero no a cantamos en el Espíritu de  oración, por que rechazamos abandonar y quebrar el ídolo del cuál ahí se habla. Echar mano del último ídolo, el quebrarlo, significa que descendemos en un estado de íntima solicitud que no puede ser satisfecho por ninguna reunión evangélica, ni por ninguna comunión o compañerismo con otros cristianos. Por esta razón es que muchos cristianos se juzgan seguros y prefieren una vida de comodidades. Ellos tienen algo de Dios, no se niega, pero no lo tienen todo; y Dios tiene una parte de ellos pero no el todo. Y así van ellos viviendo una vida de fácil, intentando esconder atrás de fabricadas sonrisas, y de pequeños y animados coros, la triste escasez espiritual de sus vidas.

Una cosa resalta con claridad cristalina: no es nada loable la caminata del alma por la negra noche de dentro. El sufrimiento y la soledad no hacen al hombre más querido a los ojos de Dios.
Nada podemos comprar de Dios. Todo nos viene por medio de Su benignidad, en base a la sangre de Cristo redimido, y es don gratuito sin cualesquier condiciones o restricciones. Lo que la agonía del alma hace es arar la tierra sin cultura, y vaciar el vaso, y apartar el corazón de los intereses mundanos y enfocar la atención en Dios.
Todo cuánto sucede antes es en el sentido de preparar el alma para el divino acto de llenar. Y el llenar no es en sí una cosa complicada. Mientras me esquivo de fórmulas que dictan procedimiento en el sector espiritual, juzgo que la respuesta a la pregunta: “Como puedo quedarme lleno del Espíritu” — debe ser expresa en cuatro palabras, todas ellas verbos en la voz activa. Son:

(1) rendir, o renunciar;
(2) pedir;
(3) obedecer;
(4) creer.

Rendir: “Os ruego, pues, hermanos, por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable Dios, que es vuestro culto racional. Y no os conforméis con este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, para que experimentéis cual sea la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.” (Romanos 12:1-2.)
Pedir:  “Ora, si vosotros, que sois malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, mientras más el Padre celestial dará Espíritu Santo  a aquellos que lo que pidan?” (Lucas 11:13.) 
Obedecer:  “Ora, nosotros somos testigos de estos hechos y bien así el Espíritu Santo, que Dios otorgo a los que le obedecen” (Hechos 5:32). Para recibir la unción del Espíritu es absolutamente indispensable una completa obediencia a la voluntad de Dios. Mientras esperamos delante de Dios. Debemos reverentemente examinar las Escrituras y atender la voz de la gentil quietud, para realizar  aquello que el Padre celestial espera de nosotros.
Entonces, confiando en que Él nos capacitará, obedeceremos con lo mejor de nuestra habilidad y comprensión. 
Creer:  “Quiero sólo saber esto de vosotros: recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por la predicación de la fe?” (Gálatas 3:2.)
Sabiendo que la llenura del Espíritu se recibe por la fe, y solamente por la fe, conviene que nos defendamos de esa imitación de la fe que no  pasa de un asentamiento mental a la verdad. Esa imitación de la fe, o pseuda fe,  ha  sido  la  fuente  de  grande  confusión  para  multitudes  de  almas inquiridoras. La verdadera fe invariablemente trae el testimonio. ¿Pero, que testimonio es ese?  No es nada físico, vocal ni psíquico. El Espíritu nunca pacta con la carne. El único testimonio que Él da es de naturaleza subjetiva, sólo conocido por el propio individuo. El Espíritu Se anuncia o Se presenta en el más profundo del espíritu humano. La carne nada aprovecha, pero el corazón creyente conoce y sabe. Santo, Santo, Santo. Ahora, una última cosa: ni en  el Antiguo Testamento ni en el Nuevo, ni en el testimonio cristiano, como lo hemos registrado en los escritos de los santos, cuanto yo sepa, jamás algún 16 creyente se quedó lleno de Espíritu Santo sin saber que eso se dio en su vida. Ni se quedó alguien lleno del Espíritu que no supiera cuando eso se dio. Y Jamás alguien fue llenado gradualmente. Por detrás de esos tres árboles muchas almas de corazón dividido han recogido esconderse como Adán se ocultó de la presencia del Señor; pero tales cosas no bastaban para que los escondan. El hombre que no sabe cuándo fue llenado con el Espíritu realmente nunca lo fue (aunque sea posible olvidar la fecha). Y la persona que espera ser llenada gradualmente nunca se llenará de cualquier manera.

En mi humilde opinión, creo que la relación del Espíritu para con el creyente es el problema más vital que la Iglesia enfrenta hoy. Las cuestiones suscitadas por el existencialismo cristiano o por la nueva ortodoxia nada representan, cuando son comparadas con este problema más que serio. El ecumenismo, las teorías escatológicas nada de eso merece consideración, por lo menos en cuánto a que cada creyente no de respuesta afirmativa a esta pregunta:  “Recibisteis el Espíritu cuando creísteis?”
Puede muy bien acontecer que, una vez llenos con el Espíritu, sentiremos, con sumo regocijo, que esa plenitud del Espíritu resolvió para nosotros todos los demás problemas.

EL CAMINO DEL PODER ESPIRITUAL
Nosotros, los cristianos, hacemos extravagantes discusiones sobre nosotros mismos como creyentes en Cristo, pero nuestras experiencias  religiosas son muy diferentes. Es grande la contradicción entre nuestras vidas y nuestras creencias doctrinales. Muchos cristianos se juzgan seguros y prefieren una vida de comodidades. Ellos tienen algo de Dios, no hay que negar, pero no tienen todo. Y Dios tiene parte de ellos, pero no todo. Y así van ellos viviendo una vida normal, intentando esconder atrás de sonrisas forzadas la triste escasez espiritual de sus vidas.
En los últimos tiempos viene surgiendo en el corazón de un número cada vez mayor de creyentes, una nueva aspiración. Ellos buscan una experiencia espiritual para que la presencia de Dios se haga más destacada. Desean conocer la verdad sobre el poder del Espíritu Santo en sus vidas, y experimentar lo que Dios ha preparado para ellos dentro del  contexto de la saludable fe neo testamentaria. Esta relación del Espíritu con  los creyentes es el problema vital que la iglesia enfrenta hoy. Para esas personas que están buscando el poder de Dios en su vida, es que este libro fue escrito.

W.A. TOZER

lunes, 28 de enero de 2008

¿MARIA O MARTA?


María y Marta representan un principio.
Son reales pero al mismo tiempo
Simbólicas.




Son carne y espíritu. Dos maneras de vivir. Dos poderes interiores
En guerra, enemistados, no pueden reinar ambos a la vez. Y no
Coexistirán pues no son compatibles.

Uno o el otro
Debe recibir el dominio.

La carne es la vana ilusión de Marta: "Lo sé. Yo lo puedo hacer".
El espíritu es la realidad instintiva de María:
"No lo sé. Yo no lo puedo hacer. ¡Oh, Dios!".

En la familia de Dios la Carne se vuelve obreros y
El Espíritu son los adoradores.

El conflicto hierve entre ellos, insoluble
Porque es irreconciliable.
Tú no puedes trabajar para Dios y adorarlo
Al mismo tiempo.

La adoración concede que Dios es todo mientras que la obra es
La humanidad que le ayuda a Dios en Su insuficiencia.
Los obreros desprecian a los adoradores y
Por siempre se ponen en contra de esa ocupación.

Los adoradores no desprecian a los obreros
Porque no tienen interés.
Están demasiado enredados en la aventura.

El principio - que es el problema mortal -
Es tan antiguo como las Escrituras.
María y Marta son Abel y Caín.

Dios rechaza la ofrenda del trabajo, el laboreo de los campos.
Es autosuficiencia, independencia
Y esas son realmente desafío.

Levanta la piedra de cualquier logro humano y
Hallarás que toda "buena obra"
Oculta una muerte eventual.
Caín trajo su fruto de sudor y diligencia.
Abel cuidaba a la manada. Ellos sólo pastaban y crecían
Pues Dios los capacitaba.

Caín ofreció su producto precioso, una propia creación cansona
Por la cual reclamó el crédito orgulloso.
Abel devolvió a Dios lo que el mismo Dios había hecho.
Una ofrenda viva de sangre.

Y justamente como pasó a Marta,
La tediosa ofrenda de Caín le ganó el rechazo.
La terrible injusticia de eso lo inflamó.
Así que Caín derramó sangre inocente, la de su hermano.
Las ofrendas a Dios pueden ser solamente sangre. Así lo ha decretado Él.
Y eso no puede ser derogado por la superioridad humana a la
Sabiduría Omnisciente de Dios.

Si no ofreces sangre a Dios, entonces derramarás sangre
Por venganza contra Dios ejecutada en los Abeles que sí la ofrecen.
La sangre es inevitable en los tratos con Dios,
Y será derramada por obediencia o por rebelión.

Los obreros asesinan a los adoradores
De una u otra forma..

Muchas son las Marías y las Martas bíblicas, lanzadas por
Diferencias en conflictos sin edad.
Isaac e Ismael. Salvaje, furioso Ismael que luchó por su providencia.
Isaac meditaba en los campos y todas las cosas
Llegaron a él por regalos y herencia,
Sin esfuerzo.

Saúl y David.
Moisés y Josué

Moisés, el líder extenuado, por el enorme
Esfuerzo y la paciencia monumental nunca
Entró a Canáan, la tierra del reposo.

Lo que le llevó 40 años a Moisés (Marta) para fallar,
Le llevó 11 días a Josué (María) para triunfar.

Josué dejó que Dios fuera Dios - entró,
Cruzó, conquistó - reposó.
No siempre fácil. A veces nada limpio
Pero siempre Dios. Solamente Dios.
María y Marta son
Impulsos que nos impelen - y compiten - dentro de nosotros.
Ambas viven y dan a conocer su presencia por la presión interior.
Y constituyen una crisis de la opción.
La selección es secreta por entero e interior.
¿Cuál dominará?
¿Cuál impulso nutriré; a cuál le permitiré que me tome?

La lucha es el camino natural de la arrogancia.
Puede ser la obra febril para hacer algo
O la búsqueda perezosa por ser alguien,

La adoración es la necesidad más instintiva.
Adorar la obra es la receta de la ruina
Pero es la incesante tentación de nuestra naturaleza.

El conflicto es eterno con repercusiones eternas.
La opción es una por siempre.

Marta Kilrpatrick

miércoles, 16 de enero de 2008

NO OS EMBRIAGUEIS CON VINO...

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución antes bien sed llenos del Espíritu” - Efesios 5:18

miércoles, 26 de diciembre de 2007

EL CRISTIANO CARNAL


Hay una gran diferencia entre un cristiano y un no cristiano. La Biblia claramente enseña en 2 Corintios 5:17, "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." También, "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo." Pero a menudo, como el apóstol Pablo escribe en 1 Corintios 3, los cristianos mundanos actúan como un no creyente, y es muy difícil encontrar la diferencia.

El cristiano mundano es aquel que ha recibido a Cristo pero que todavía permite que su naturaleza carnal le reclame el trono por medio del pecado. Dios todavía tiene posesión de esta persona y Cristo todavía está en su vida, pero esta persona ha caído en pecado en una o más áreas de su vida. Por no estar rendido a Cristo, el creyente mundano se encuentra en un plano de estancamiento en su crecimiento espiritual, debido a que no confiesa ni se arrepiente de sus pecados. Satanás ha tenido éxito en influenciarlo y controlarlo por medio de la carne.

El apóstol Pablo escribe a los cristianos de Corinto:
De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, co no a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?
El cristiano mundano o carnal ciertamente experimenta la convicción del Espíritu Santo y no continuará en sus pecados indefinidamente; de otro modo, es posible que ni siquiera sea cristiano. Sin embargo, fracasado y sin fruto, está dependiendo de sus propios esfuerzos y de su fuerza de voluntad para vivir la vida cristiana, en vez de apropiarse de los recursos sobrenaturales e inagotables del Espíritu Santo. Aferrándose a sus intereses egocéntricos por un lado y buscando a tientas las bendiciones de Dios por el otro, esta persona fracasa una y otra vez en vivir la vida cristiana en la llenura y el poder del Espíritu Santo.

El estado de carnalidad, o sea de pecados sin confesar, es en realidad una existencia infeliz y miserable. Tristemente, ésta es la situación en la que actualmente se encuentran millones de cristianos - de nuevo en el trono de sus vidas - y a menudo ni se dan cuenta de que están en esta categoría carnal. Un hombre me dijo que toda su vida había oído a su pastor hablar de los cristianos carnales, pero que siempre entendió que su pastor se refería a otras personas. Para él fue una sorpresa y un choque descubrir que él mismo era un cristiano carnal.

El apóstol Pablo sabía lo que significaba ser mundano. En la epístola a los Romanos, capítulo siete él escribe: 

Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí."

¿Diría usted que este pasaje de la Biblia, describe su actual relación con Dios?

En Detroit, Michigan, un pareja de avanzada edad fue llevada al hospital sufriendo de desnutrición y agotamiento. Cuando la policía comenzó a buscar en su hogar desordenado y lleno de basura, descubrió más de cuarenta mil dólares en efectivo escondidos entre sus pertenencias. Hacía mucho tiempo que se habían olvidado que poseían esa fortuna.

De la misma forma, el cristiano mundano vive en pobreza espiritual, como si fuera un ateo en la práctica, profesando creer en Dios, actúa como si Dios no existiera o no estuviera dispuesto a ayudarle. No logra comprender el significado de la muerte de Jesús en la cruz y de Su resurrección de la muerte. Jesucristo no sólo pagó el precio de sus pecados, sino que realmente anuló el poder del pecado en su vida. El apóstol Pablo comprendió la angustia y la frustración que resultan al intentar vivir la vida cristiana con la pura fuerza de voluntad.

Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo al la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?
¿Se preguntó alguna vez, "Quién me librará de mi desagradable cáracter, de mi egocentrismo y de mis fracasos y mis defectos?" ¡Hay Buenas Nuevas! Observe la respuesta del apóstol Pablo:

¡Gracias a Dios, que Cristo lo ha logrado! ¡Jesús me libertó!
El pastor de una gran iglesia se acercó a conversar conmigo después que presenté un mensaje sobre cómo experimentar el amor y el perdón de Dios. Se notaba lleno de odio y de resentimiento hacia los líderes laicos de su anterior iglesia, pues sentía que éstos le habían causado un gran daño y que, inclusive, habían tratado de destruir su ministerio.

Ahora, este pastor se había dado cuenta que a causa de querer desquitarse, él mismo se había convertido en un cristiano vengativo, criticón y mundano. Había llegado al punto en el que sólo había dos opciones, o ponerse bien con Dios o dejar el pastorado. Como él lo mencionó, "Esta mundanalidad cancerosa está destruyendo mi vida y mi ministerio."

Cuando nos arrodillamos juntos para pedir el amor y el perdón de Dios, sus lágrimas de arrepentimiento fueron seguidas por lágrimas de gozo. Algunos días después él fue a visitar a los líderes de la iglesia a quienes antes había odiado, y cuando les dijo que los amaba y les pidió perdón, los líderes respondieron con gozo y amor cristiano. Este amado pastor volvió a su segunda iglesia con un corazón ardiente de amor y renovado celo por nuestro Señor.

Un hombre de negocios de otra iglesia vino un día a verme. Se veía grandemente angustiado porque su iglesia estaba dividida.

"La mitad de nuestro miembros se irán y comenzarán otra iglesia," dijo.

Esto también me angustió, porque no puedo imaginar nada más trágico que un grupo de cristianos dividido.

Conforme conversábamos, el hombre descubrió y admitió que era un cristiano mundano. Le expliqué cómo Dios había provisto la solución para que él fuera una persona espiritual. Realmente no tenía por qué continuar viviendo como un cristiano mundano, carnal. Finalmente, nos arrodillamos juntos y oramos. El pidió perdón por sus pecados e invitó a Dios a llenar y controlar su vida a través del Espíritu Santo. Cuando nos regocijábamos por lo que Dios había hecho, me dijo, "Ahora ya no habrá ningún problema en mi iglesia. ¡Yo soy el que había estado causando todos los problemas!"

Desafortunadamente, el ácido corrosivo de la mundanalidad no sólo consume a las iglesias. También disuelve matrimonios, hogares, familias enteras y trabajos. Usted puede sentir los efectos en su vida cuando las relaciones con sus seres queridos se han deteriorado y cuando sus amigos se han convertido en conocidos indiferentes.

LAS MARCAS DEL CRISTIANO ESPIRITUAL

A MEDIDA que me vayáis siguiendo en el estudio que vamos a hacer esta noche, observaréis que la vida del cristiano espiritual está en marcado contraste con la del cristiano carnal.

Es una vida de paz permanente “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Hay todavía lucha en la vida del cristiano espiritual, porque el crecimiento se obtiene mediante el triunfo en la lucha. Pero hay paz mediante la victoria consciente que se alcanza en Cristo. El cristiano espiritual no continúa en la práctica del pecado conocido y consentido, y de ahí que viva en la luz, nunca nublada, del sol de la presencia de Cristo. No perturban su comunión con el Padre la sensación remordedora de haber ensuciado sus manos, el aguijoneo de una conciencia herida o la condenación de un corazón acusador. Así es que goza de paz permanente, de gozo profundo y de perfecto reposo en el Señor. ¿Los tienes en tu vida?
Es una vida de victoria habitual Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 15:57).

Observad que no dice “victorias”, sino “la victoria”. La victoria de la resurrección es una victoria que las incluye todas. El que te ha dado una vez una victoria sobre un pecado, puede darte la victoria sobre todo pecado. El que te ha guardado del pecado por un momento, puede guardarte del mismo pecado por un día o por un mes. La victoria sobre el pecado es un don, por medio de Cristo, que puede ser nuestro cuantas veces lo reclamemos.
“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Rom 8:37). Ya sería bastante asombroso que Él dijera que en estas cosas vencemos. Pero Él afirma que “somos más que vencedores.” Esto es victoria con algo más. Significa suficiente y de sobra. El versículo nos dice que no necesitamos vivir dentro de los límites de una victoria conservada a fuerza de afán y de lucha.

“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Cor 2:14). Observad la palabra “siempre”. Esta victoria no está limitada a ciertas ocasiones, lugares y circunstancias. Dios dice que Él puede hacernos triunfar siempre en Cristo. Casi puedo oír a alguno de mis oyentes que dice: “Es muy fácil para usted levantarse allí y predicar que tal victoria es posible, pero no sabe usted lo cascarrabias que es una persona de mi familia, con quien tengo que vivir constantemente.” No, no conozco las circunstancias de la vida de usted, pero Dios las conoce, y Él ha puesto la palabra “siempre” en ese versículo. ¿La aceptas y crees que Dios puede hacer que siempre triunfemos en Cristo Jesús?
Escogí con todo cuidado las palabras “victoria habitual.” Quiero decir por “habitual” que la victoria es el hábito de la vida cristiana. No quiere esto decir que el poseedor de tal victoria no pueda pecar, sino que puede no pecar. Pecar continuamente no será la práctica de su vida.
¿Cuál es el significado real y profundo de la “victoria”? No significa un mero dominio exterior de las manifestaciones visibles del pecado, sino una sujeción decidida de la disposición interior a pecar. La verdadera victoria produce un cambio en la parte más escondida e interior del espíritu. Transforma las disposiciones y actitudes internas tanto como las obras y acciones externas.

Esta victoria nunca obliga a ocultar lo que está dentro. Muchos de nosotros no llamamos al pecado. Naturalmente, estamos obligados a llamar pecado a alguna flagrante ofensa contra Dios o el hombre, que llega a ser más o menos pública. Pero, ¿y aquella realidad negra, sucia, escondida en lo más íntimo del espíritu? ¿Eso es pecado? Dios dice que lo es.
“He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:6, 10). “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor 7:1).
Apliquemos unas pocas pruebas de toque sencillas, y veamos si hemos sido limpiados de toda inmundicia de espíritu. Acostumbráis a perder la paciencia y a permitiros violentas explosiones de ira; habéis conseguido una gran medida de dominio de vuestra conducta exterior, pero queda un gran residuo de irritación interior y de resentimiento oculto. ¿Puede llamarse esto victoria verdadera?

Una joven de dieciséis años asistió una vez a una reunión, en la cual hablábamos de la victoria completa en Cristo. Vivía con una tía de carácter avinagrado, siempre dispuesta a regañar. La joven tentaba a menudo la paciencia de su tía llegando tarde a casa al volver del colegio. Cuando su tía la reprendía, ella le contestaba.
Fue de la reunión a su casa decidida a vencer su defecto, tanto en lo de volver tarde del colegio, como en lo de contestar a su tía, y así se lo dijo a ésta. La escéptica tía replicó que creería en la victoria cuando la viera. Pocos días después llegó tarde otra vez. La tía dijo irónicamente: “¿Esta es la victoria que decías ibas a conseguir, no es eso?” La joven no dejó escapar una sola palabra de sus labios. “¡Admirable victoria!”, Diréis. Pero escuchad. Pocos días después recibí una carta gozosa de la joven en la que me decía: “Señorita Paxson: ahora sé, por experiencia, lo que significa la verdadera victoria, porque cuando mi tía me regañó, no le respondí ni sentí deseos de hacerlo.” Esto es verdadera victoria.
Alguien os ha ofendido; no procuráis vengaros, ni le pagáis en la misma moneda abiertamente, pero en lo íntimo de vuestro corazón le deseáis algún mal a aquella persona y os alegráis si le acontece. ¿Es esto tener un espíritu recto?

En una serie de reuniones especiales en la China, vino una mujer buscando auxilio espiritual. Era desgraciada y hacía desgraciados a otros alrededor de ella. Había falta de amor en su corazón; en realidad, la cosa era peor todavía; aborrecía a una persona. Ella era una obrera cristiana, y, reconociendo los estragos que semejante sentimiento hacia, en su propia vida y en la de otros, procuraba ir venciéndolo poco a poco. No había podido aguantar ni el ver a la otra persona, pero al fin reconoció el pecado que con ello cometía. Invitó a aquella persona a comer, pero deseaba en su corazón que no aceptara el convite. ¿Era eso victoria? Después se dominó lo bastante para decir que no quería odiarla, pero tampoco podía amarla. ¿Era eso victoria? Hasta que Dios, que es amor, no tomó plena posesión de su corazón, no consiguió ella la clase de victoria que Dios quiere dar.
Tal vez habrá alguien que diga: “He experimentado de vez en cuando esta gloriosa liberación del dominio de un pecado especialmente difícil de vencer, pero ha sido sólo una liberación pasajera. ¿Hay en el mundo tal cosa como una victoria habitual sobre todo pecado conocido?” Dios dice que la hay. “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom 8:2).
Cristo murió en la cruz del Calvario para librarnos del pecado. Para hacer permanente aquella victoria perfecta, ha enviado al Espíritu Santo que more en nosotros y domine en nuestras vidas. El hombre carnal está bajo el poder de la ley del pecado. Esta ley opera en su vida, poniéndolo bajo su dominio la mayor parte del tiempo. Pero hay otra ley superior que rige en el creyente, y a medida que éste se entrega a su fuerte poder, el hombre espiritual es librado de la ley del pecado y de la muerte. Aquí está su victoria habitual sobre todo pecado conocido. ¿Experimentas tú tal victoria?
Es una vida de crecimiento constante en la semejanza de Cristo “Por tanto, nosotros todos, mirando (o reflejando) a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor 3:18). No hay nada estacionario en la verdadera experiencia espiritual. La mirada elevada y la cara descubierta tienen que alcanzar y reflejar algo de la gloria del Señor. A un conocimiento creciente de Él y a una comunión cada vez más profunda con Él, debe acompañar una semejanza cada vez mayor a Él.

En cierta ocasión viajaba por el río Yangtse, de la China central. Acababa de escampar después de una fuerte tormenta y el sol había salido esplendente por detrás de las reprimidas nubes. Me sentí impulsado interiormente a subir sobre cubierta y el Señor tenía un precioso mensaje en espera para mí. El agua del río Yangtse es muy turbia. Pero al llegarme a la barandilla y mirar al río en aquella ocasión, no vi el agua amarilla y sucia, sino el azul del cielo y los blancos vellones de las nubecillas tan perfectamente reflejados, que apenas podía creer que estaba mirando hacia abajo, y no hacia arriba. En aquel momento el Espíritu Santo me trajo al pensamiento, como un relámpago, el versículo 18 del capítulo 3 de la 2ª a los corintios, y dijo: “En ti misma eres tan poco atractiva como el agua del río Yangtse, pero cuando tu ser se vuelva hacia Dios y toda tu vida se abra a Él de modo que su gloria pueda brillar sobre ella y penetrar en ella, entonces serás transformada en su imagen de tal modo, que otros, al mirarte, no te verán a ti, sino a Cristo en ti.” Amigos queridos, ¿estamos vosotros y yo “reflejando, como en un espejo, la gloria del Señor”?

Pero hay un progreso en nuestra semejanza a Cristo: es “de gloria en gloria”. La naturaleza espiritual está siempre extendiéndose hacia lo que es espiritual y alcanzándolo para hacerse más espiritual. “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:2, 5).
“No lleva fruto;” “Lleva fruto;” “Más fruto,” “mucho fruto.” ¿No descubren estas frases, ante nuestra vista, las posibilidades de semejanza con Cristo que están al alcance de todo pámpano de la Vid verdadera? ¿No nos muestran también el progreso positivo “de gloria en gloria” que Dios espera ver en nosotros? Estas frases describen ciertas condiciones. ¿Cuál de ellas describe la tuya? Solamente la condición de llevar mucho fruto es la que glorifica al Padre. “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15:8).
Pero, ¿cuál es el fruto que Dios espera encontrar en el pámpano? Él nos lo dice: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gál 5:22-23).

El “fruto del Espíritu” es el carácter simétrico y completo del Señor Jesucristo, en el cual no hay defecto ni exceso. Observad que no dice “frutos”, sino “fruto”. Es precisamente un racimo, y todas las nueve gracias que en él entran son esenciales para revelar la belleza de la verdadera semejanza con Cristo. Pero ¡cuán a menudo vemos un gran corazón de amor echado a perder por un genio demasiado vivo! Hay amor, pero falta templanza. O vemos una persona de gran paciencia, pero de rostro decaído. Hay paciencia, pero falta el gozo. Otro caso es del cristiano que tiene fe abundante, pero carece de benignidad. Hay más del trueno del Sinaí que del amor del Calvario en su carácter. Sabe mejor defender la doctrina que adornarla. Otras veces vemos alguno cuya vida es la encarnación de la bondad, pero la bondad está nublada por la preocupación y la intranquilidad. Hay bondad, pero falta paz. ¡Cómo desfiguran la simetría del carácter cristiano la ausencia o el exceso de cualquiera de estas gracias! En el cristiano espiritual, estas nueve gracias se funden en forma tan atractiva y hermosa, que el mundo puede ver a Cristo viviendo en él.
Es una vida de poder sobrenatural
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12). Estas palabras fueron dirigidas por Cristo a un grupo de hombres sin estudios. Uno de ellos era un curtido y rudo pescador. Se hubiera encontrado muy poco a gusto en un grupo de estudiantes de universidad, y muy probablemente no habría podido salir airoso del examen de ingreso en un seminario teológico del día de hoy. Pero pertenecía a la compañía de creyentes a la cual se hizo esta promesa. Un día la promesa tuvo tan maravilloso cumplimiento en su vida, que con una sola predicación ganó más almas que todas las predicaciones de Jesús en tres años de ministerio público.

¿En qué consistía el poder de Pedro? ¿Podéis vosotros y yo recibirlo? ¿Era el poder del encanto personal, o de maneras atractivas, o de inteligencia gigante, o de lenguaje elocuente, o de erudición sólida, o de voluntad dominante? Aunque había muchas cualidades amables en el impulsivo, sincero, amante pescador viejo, ninguna de ellas, ni todas juntas, podían explicar, ni aun en parte, tan asombroso cumplimiento de la promesa que nuestro Señor le había hecho. Dios nos revela claramente el secreto del poder de Pedro. “...pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8).

El poder para hacer “las obras que yo hago, y aun mayor,” de que Cristo habla, no es un poder que reside en nada humano. Al contrario, es el poder de Dios, el Espíritu Santo, que está completamente a nuestro alcance, cuando nos hemos entregado por completo a Él. ¿Se manifiesta su poder sobrenatural en nuestra vida y obras hoy?
Es una vida de consagrada separación “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tes 4:3). “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Heb 7:26).
El hombre espiritual toma como ejemplo a Cristo y determina andar como Él anduvo. Cristo vivió una vida de separación. Estaba en el mundo, pero no era del mundo. Entró en contacto estrecho con el mundo, pero sin conformarse a él o contagiarse de él. El hombre espiritual aspira a una parecida separación de conducta. En cuanto al mundo se encuentra en la misma relación en que Cristo estuvo, y el mundo adoptará para con él la misma actitud que tomó para Cristo. El cristiano mirará los placeres, objetivos, principios y planes del mundo, como Jesucristo los miró. Él no era del mundo, y por eso le aborreció y persiguió el mundo. Del mismo modo tratará el mundo al cristiano.
“No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:16).
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Juan 15:19-20). Dios os llama a una vida de “aislamiento”, para que seáis más plenamente conformados a la imagen de su Hijo. ¿Habéis respondido al llamamiento que os hace para que salgáis y os separéis del mundo?
Es una vida de santidad atractiva “...sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped 1:15-16).
Todo cristiano es llamado a una vida santa. Pero hay muchos cristianos que no quieren ser santos. Podrán querer ser espirituales, pero tienen miedo a ser santos. Esto se debe, tal vez, a una comprensión equivocada sobre lo que es la santidad, debida a falsas enseñanzas acerca del asunto. Pero, ¿qué es la santidad? Digamos primero lo que no es. No es perfección impecable, ni anulación de la naturaleza pecadora, ni ausencia completa de faltas. No coloca a nadie fuera de la posibilidad de pecar, ni elimina la presencia del pecado.
La santidad que en la Escritura se enseña, no consiste en ser “sin defecto”, sino en ser “sin culpa” delante de Dios. Hemos de ser “guardados irreprensibles” para su venida y hemos de ser “presentados sin mancha” en su venida. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 5:23). “Aquel... es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría...” (Jud 24).
Esta verdad se abrió a mi espíritu con un nuevo sentido hace cuatro años, cuando me vi llamada a disponer de las posesiones personales de una amada hermana mía a quien Dios había llamado a su gloria. Entre las cosas que ella atesoraba de una manera especial, encontré una carta que yo le había escrito cuando tenía yo siete años. Había ido ella a visitar a unos amigos que vivían en otra localidad; yo la quería mucho y la echaba de menos, y aquella carta era la expresión, en palabras, del amor que yo le tenía. La carta distaba mucho de ser “irreprensible”, porque estaba escrita con mala letra y con faltas de gramática y ortografía. Pero era “sin mancha” a los ojos de mi hermana, porque expresaba el amor de mi corazón y era la mejor carta que yo podía escribir. Para mí, ahora que soy mujer adulta, escribir la misma carta hoy no sería “sin mancha”, porque debo tener más práctica en escribir y más conocimiento de las reglas gramaticales y ortográficas.

La santidad es, pues, un corazón lleno de puro amor a Dios. Es Cristo, nuestra santificación, entronizado como vida de nuestra vida. Es Cristo, el Santo, en nosotros, viviendo, hablando, andando. Tal santidad es atractiva, porque deja ver la santa calma de Dios reflejada en el rostro; la santa quietud de Dios, manifestada en la voz; la santa benignidad de Dios, expresada en los modales, y la santa fragancia de Dios emanando de toda la vida. ¿Posees tú tal santidad atractiva?
Inclinemos nuestra cabeza durante unos momentos de silencio. ¿Cuál es vuestra vida? ¿La de un cristiano carnal, o la de un cristiano espiritual? Si no estáis viviendo habitualmente en el plano más elevado, ¿queréis decidiros ahora a vivir en el?
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